Aún recuerdo tu nariz húmeda estrellándose con la mía en las mañanas, diciéndome que era tiempo de vivir.
Recuerdo tus precipitadas carreras por toda la casa, como un caballito desbocado que nunca quiere ser alcanzado por la falta de ilusión.
Recuerdo tu mirada extasiada en mis palabras cuando yo decidía hablar acerca de las cosas de la vida, como queriendo atesorarlas en tus ojos.
Recuerdo cuando perdido entre las calles nocturnas me diste un buen susto, esa vez que simplemente decidiste dar alas a tu instinto. Recuerdo tus orejitas gachas y tus ojitos de bruma cuando entre afanes te hallé.
Recuerdo tus jugarretas con Apolo, cuando gozaban de ser tan perros y entre incansables ladridos, colmillos y garras desafiaban nuestras costumbres tan humanas.
Recuerdo el día de pesca en la represa, en el que tus patitas marcaron mi espalda provocando una fiesta de anzuelos por el aire y sólo logré pescar carcajadas y el bienaventurado recuerdo de tres perros saltando sobre mi orgullo.
Recuerdo tu paciencia al conocerla, sabías que la conocías desde siempre, sabías que habías decidido llegar hasta acá para enseñarme cómo lograr ser su madre.
Recuerdo tu negro azabache, tan fuerte como tu carácter, tu pecho tan blanco como tu corazón y tus ojitos miel que me decían:
«La vida no es perfecta y en raras ocasiones suele ser lo que esperamos. Solamente se hizo para ser vivida y yo soy el motivo para que lo entiendas».
Si supieras cuánto te recuerdo mi Bruno del alma, el de la piel morena, el del noble corazón.
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Me ha recordado tanto a mi perro… ¿Cómo pueden marcarnos tanto? Gracias por remover viejos sentimientos. ¡Un abrazo!
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Son angelitos que guían nuestro camino 😉
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